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En memoria de doña “Chelo”, Nuestros descendientes serán el reflejo de nuestro esfuerzo y dedicación


Sabanagrande, Francisco Morazán pueblo que en sus inicios creció en base a labor minera siendo vestigio fehaciente de ello la gran acumulación de diversos minerales que hace miles de años quedaron atrapados en lo más profundo de esta tierra.


En la región existen vestigios de yacimientos de oro, azufre, plata y carbón entre ellas la mina de la comunidad de San Marcos situada a tres kilómetros del centro urbano.


Se dice que en este lugar ciudadanos españoles iniciaron extracciones de mineral de forma artesanal y que allá por el año 1878 llegó la “Rosario Ming Company”, una empresa estadounidense que empleó en su apogeo a unos 500 hombres en la extracción de oro y plata; de los cuales, 200 de ellos eran de origen salvadoreño.


Por el año 1928, la mina ya no era rentable y la Rosario retira sus operaciones de San Marcos dejando con su partida las huellas imborrables de un emporio minero y la descendencia de varias familias oriundas del lugar que tras los años se dedicaron al cultivo de granos básicos como símbolo de subsistencia alimenticia.


Así pasaron los años, entre las arengas de los coterráneos de San Marcos e historietas de que la Mina se “aterró” por qué los gringos propietarios de la misma ofrecieron un reloj de oro para la Iglesia de Sabanagrande promesa que nunca se cumplió.


31 años después, entre el siseo de los pájaros, las anécdotas del yacimiento mineral y el caminar de sus habitantes, en un hogar humilde formado por los señores Pedro Pascual Velásquez y María Cleotilde González un 24 de septiembre de 1959 nacía una niña, la mayor de su matrimonio y a quien deciden poner el nombre de María Consuelo.

Aquí en San Marcos dio sus primeros pasos y entre el arrullo de su madre y el calor de un fogón que poco dejaba ver las paredes a causa del destello oscurezco del hollín, Consuelo era testigo mudo de las risas y rostros asustados de los vecinos, que al sabor de una taza de café, recreaban su imaginación con las leyendas de los gallos súper brillantes de la época minera envueltos con sus bellos plumajes de oro y un gran reloj como promesa falsa de los dueños del yacimiento minero a la Iglesia Católica local que provocó varias muertes misteriosas de sus trabajadores.


Con apenas siete años de edad, María Consuelo decide dejar atrás las leyendas mineras de San Marcos y gracias al gran aprecio de su madrina Doña Matilde Jeff se traslada al barrio El Tule del casco urbano de Sabanagrande que para ese entonces era popularmente conocido “Cuchulas” e inicia sus clases de primaria con la profesora Delmy Rivera en la Escuela Urbana Francisco Morazán donde logra cursar el sexto grado.


El anhelo de superación la lleva a prepararse como alumna de corte y confección de la señora María Ávila, para ese entonces instructora de la Junta Nacional de Bienestar Social; luego, viaja a Tegucigalpa donde obtiene una especialidad en cocina y repostería.


Así se convierte en una de las primeras fabricantes de los deliciosos pasteles que engalanaban las fiestas de cumpleaños y otros eventos especiales que se realizaba en el centro del pueblo o aldeas aledañas llevando con su trabajo la felicidad de los agasajados, la esencia de suavidad y dulzura de aquellos postres envueltos en la blanca pureza de la alegría.


Por consejo de una buena amiga que le sugirió dedicarse a la compra y venta de mercadería decide viajar periódicamente a El Salvador en su nueva etapa de comerciante individual y en busca del pan de cada día.


LA CASETA DE "CHELO"


En el devenir de la vida Don “Chito Simón” gestiona para que la famosa Caseta del Parque Central de Sabanagrande F.M., ubicada frente a la Iglesia, fuese administrada por María Consuelo donde pone a disposición un menú a lo hondureño que va desde la famosa yuca con chicharrones; tacos de papa, enchiladas, las ricas burritas, entre otras degustaciones; desde ese entonces los pobladores reconocen el lugar como la “caseta de chelo”.


En su cotidiano laboral y su delantal como signo de trabajo arduo complació a miles de paladares por unos 25 años lo que se traduce en un vivo ejemplo de lucha constante por sobrevivir en una sociedad falta de mejores oportunidades de vida.


La caseta de “Chelo” fue una estación del tiempo para centenares de generaciones…Alcaldes y alcaldesas; estudiantes, turistas y la mayoría de la población compartieron en este lugar desde una calurosa conversación hasta la simplicidad de un saludo.


Aquí se convirtió en un lugar de tertulia diaria, de solución de conflictos, de frases de esperanza y desaliento, de dimes y diretes, la oficina literal del pueblo, domicilio perfecto del que no tiene voz, del político mentiroso y prometedor, de la perfección de los problemas sociales; pero sobre todo, el sitio que de día o de noche se llegaba por la necesidad de satisfacer el apetito.


Junto a “Chelo”, con una precisión matemática y una confianza absoluta se descifraba el acertijo de los sueños para que la suerte le acompañara en la compra de la lotería o sino simplemente dejar ese número de abono que nunca se descifró y así esperar el próximo domingo una nueva tertulia para lograr el premio ansiado.


La historia de doña “Chelo” nos enseña hoy en día que la vida no es color de rosa, a ser perseverantes hasta el día de nuestra muerte, a luchar en el diario vivir por la subsistencia familiar…En Honduras estos ejemplos de vida se repiten y ojalá que sean una réplica perfecta de como el camino correcto y honrado es el único hilo que conduce al éxito como estilo de vida.


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Director y Fundador Periodista Anibal Baca

Afiliado Colegio de Periodistas de Honduras 

Colegiación N° C-0672

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