Testigos mudos del último adiós para nuestros familiares y amigos
- Anibal Baca
- 5 mar 2018
- 1 Min. de lectura


Dos hermosos árboles de ceibón se erigen imponentes en la entrada al Cementerio General de Sabanagrande Francisco Morazán los que según la historia tienen más setenta años de ser testigos mudos de los cortejos fúnebres de miles de personas que han sido sepultadas en este lugar.
Allí mismo donde será nuestra última morada, en 1948 ciudadanos honorables de Sabanagrande tuvieron la idea de sembrar dos árboles conocidos como Ceibón, que hoy adornan de manera reverente la entrada al campo santo de esta comunidad, ubicado a unos diez minutos al este del centro de esta ciudad.
¿Quién no ha disfrutado de su sombra en esos días tristes en la que hemos acompañado a un ser querido?.
Cuántos familiares, amigos y conocidos han cruzado su espacio dejándonos un gran legado de fe y esperanza.
Estos dos ceibones son el último adiós que a la mayoría de pobladores de Sabanagrande nos tocará pasar; ellos son y seguirán siendo fiel testigo de tantas lágrimas que a su cruce tendremos que derramar ante la pérdida irreparable de un ser querido.
La Biblia nos recuerda la muerte y resurrección de Jesús, estos árboles también rememoran el recuerdo grato de quienes nos han dejado un legado de esperanza y hoy descansan en la paz del Señor.
Según el ingeniero Miguel Lagos don Bernardo Rivera, Rafael Andino, profesora Celina Lagos (QDDG) y Gloria Rivera (hija de Don Bernardito Rivera) fueron quienes sembraron hace unos 70 años estos árboles de Ceibón con la idea de que quienes acompañarán a los cortejos fúnebres descansarán bajo su sombra fresca y acogedora.
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